Ciencia/Salud
Sábado 25 de Mayo de 2002 LA NACION LINE
Advertencia de un trabajo sobre familias de clase media
El riesgo de tratar a los hijos de igual a igual
Este modelo simétrico es una respuesta al autoritario, pero tampoco sirve, porque no permite a los jóvenes crecer y madurar
Los padres no quieren imponer esquemas arbitrarios
Los hijos se crían bajo la ilusión de que todo lo pueden
Pero la falta de límites genera problemas emocionales
Cuando nació su primera hija, Fernanda, Marité tenía 21 años y Ricardo 30. Dos años después llegó Diego, el varón. La familia estaba completa. Por cierto, eso no era todo.
Los padres de Marité habían criado a ella y a su hermano bajo una rígida disciplina. Ricardo, hijo único, había perdido muy chico a su papá y tenía una relación muy estrecha con la madre. Así las cosas, Marité no quería repetir el modelo autoritario que había sufrido, y Ricardo, acostumbrado a la figura de una madre fuerte y un padre que no había estado, dejaba el desafío de criar a los chicos en manos de su mujer, que buscaba una forma nueva de ser mamá. Con las mejores intenciones, Marité se ubicó cerca de un estilo laisez-faire, con chicos y grandes en un plano de igualdad.
Así lograron hijos muy inquietos, críticos, de los que opinan y deciden, que todo lo cuestionan y no aceptan límites, pero con grandes dificultades para enfrentar la vida concreta a medida que pasaron los años: inmadurez, rebeldía, falta de motivación y energía para terminar los estudios, incomunicación, desorientación.
Cuando Marité y Ricardo decidieron pedir asesoramiento terapéutico ya se habían separado. Ninguno de los dos esperaba, sin embargo, que la preocupación por sus hijos los llevara a revisar la relación con sus propios padres. Así entendieron que la excesiva presencia de Marité, su temor a poner límites por miedo a ser autoritaria más la distancia de Ricardo habían sido resultado de la falta de elaboración de sus propios conflictos con los padres y había dejado a sus hijos huérfanos de procesos imprescindibles para madurar.
Permiso para pelear
Este fenómeno, dicen los expertos, ocurre en muchos países occidentales. El nuestro no parece ser una excepción. Una investigación realizada entre 154 jóvenes pertenecientes a 84 familias de clase media de Buenos Aires, que se extendió durante 5 años, indicó que el 77% de ellos mantiene con sus padres un vínculo de enfrentamiento de igual a igual y que disponen de los padres o los recursos familiares como si fuesen propios.
Este permiso interno para el enfrentamiento de igual a igual con los padres, que se extiende al resto de los adultos, es vivido por los hijos con gran naturalidad, explica la licenciada Claudia Messing, socióloga y psicóloga (UBA), terapeuta familiar de la Organización Vincular y directora del Posgrado de Investigación en Prevención, Asesoramiento Familiar y Modelos de Autoridad en la Familia que se dicta en la Escuela de Posgrado en Orientación Vocacional, Ocupacional y Asesoramiento Familiar.
Messing dice que dentro de este modelo simétrico de igual a igual no se permite la construcción de la diferencia grande-chico, que es fundamental en la estructuración del aparato psíquico, porque sólo a partir del reconocimiento de que se es chico se puede crecer, y de que no se sabe todo se puede aprender.
La especialista agrega que estos sabihondos puertas adentro no soportan los límites, esos no que permiten encontrar la motivación para despegarse y proyectar en el afuera.
Messing, que coordinó el trabajo junto con el doctor Benjamín Zarankin y la terapeuta corporal licenciada Nora Mares, agrega que este modelo genera en los más jóvenes inmadurez, dificultades de aprendizaje, abandono de estudios, apatía, pasividad, falta de intereses vocacionales, agresividad, autoritarismo, violencia, desconocimiento de límites, fobias, depresión, adicciones y trastornos de alimentación y conductas marginales. Un 12% de la muestra agrega Messing estaba integrado por jóvenes que no estudian, no trabajan ni ayudan en la casa.
Una revolución de dos caras
Ahora las mujeres ya no están únicamente en la casa y los hombres no necesariamente son distantes y autoritarios afirma Messing. Pero el modelo anterior dejó secuelas muy profundas en el psiquismo de los adultos: miedo, soledad, desprotección, que es lo que luego intentan elaborar y reparar a través de un contacto cercano y afectuoso con los hijos.
Sin embargo, la experta indica que ese acercamiento tiene una contrapartida: La no puesta de límites y diferenciación induce a confusiones. Los adultos reaccionan ante la pareja como si estuvieran frente a sus propios padres. Así, tenemos madres que intentan poner límites y padres que no intervienen, o papás que quieren poner límites, pero oscilan entre el autoritarismo y la disculpa, y dejan nuevamente a la madre a cargo de los límites. En tanto, los hijos se aprovechan y ejercen sin respeto y aun con violencia su derecho a la rebelión.
Messing asegura que es posible atravesar este modelo y que las relaciones familiares mejoren. Se trabaja con la palabra, pero fundamentalmente con la emoción explica. Un recurso que utilizamos mucho son los abrazos entre padres e hijos. Ser capaces de recibir el abrazo, real o imaginario, de los padres, implica recuperar el lugar de hijo, apoyarse realmente en esa mamá y ese papá e salir al mundo sintiendo que se está acompañado.
. Por Gabriela Navarra De la Redacción de LA NACION .
Cómo construir la diferencia
Ubicarse como hijo: es fundamental para relacionarse con los hijos propios. También evita proyectar en la pareja conflictos no resueltos con los propios padres.
Nuevos consensos: mujeres y maridos deben discutir y acordar pautas en común, pero nunca dejar solo al otro ante las decisiones que se toman frente a los hijos.
Límites claros: decir no y mantenerlo ayuda a que los hijos acepten la jerarquía paterna y se sientan protegidos y cuidados. Esa sensación les permite sentirse más fuertes en su vida fuera del hogar.