HIJOS Y PADRES SIMÉTRICOS

Cada vez más, los niños muestran síntomas de paridad con respecto a sus padres. Este vínculo de igual a igual con los mayores acarrea consecuencias que perjudican su desarrollo, sus estudios, sus proyectos vocacionales y sus emociones. Causas y consecuencias del fenómeno, y cómo los padres deberían abordar la problemática.

Violeta tiene tres años y sus padres, treinta y cinco. Curiosamente, en vez de llamar a sus progenitores “mamá” y “papá”, los llama por sus nombres. Este hecho –que a simple vista resulta simpático y hasta gracioso– da cuenta del tipo de vínculo que tiene con ellos. Después de estudiar el tema en profundidad, Claudia Messing, psicóloga, socióloga y terapeuta familiar, lo denominó “Simetría entre padres e hijos”, es decir, una mimetización inconsciente que se da en niños y jóvenes con sus respectivos padres.
Niños estresados, con dolor de cabeza antes de su primer día de clases, jóvenes hiperexigidos, adultizados y con una pesada carga sobre sus espaldas, y chicos que, con escasos años, “cantan” las verdades más absolutas. Aunque perfectamente podrían ser secuencias del “reino del revés”, se trata de una transformación psíquica entre los más bajitos, asegura la licenciada Claudia Messing.
En su libro Simetría entre padres e hijos. Efectos de la mimetización inconsciente con los adultos a nivel emocional, educativo, vocacional y social, Messing cuenta los pormenores de una investigación en la que participaron 774 jóvenes, de 17 a 27 años, en todo el país. La terapeuta pone en evidencia un profundo cambio en la subjetividad de los niños y jóvenes, por el cual estos se identifican o mimetizan inconscientemente con el adulto, con su lugar y con sus historias. “Desde pequeños, se colocan en una posición de paridad, ‘de seudoadultez imaginaria’ que los deja solos interiormente, sin apoyos y como pares o por encima de los propios adultos”, aclara la licenciada.
Esta modificación estructural está relacionada con un cambio en los vínculos familiares que se produjo a partir del Mayo francés, a fines de la década del sesenta. Por eso, se advierte en las personas de hasta 40 años. “Los vínculos pasan a ser mucho más cercanos, demostrativos y afectuosos. Involuntariamente, transmiten este aspecto de simetría por la cual el niño, desde la más tierna infancia, copia al adulto y se siente como él”, describe Messing y continúa: “La gran consecuencia de copiar a los padres es la hiperexigencia, porque creen que tienen que saber y poder todo ‘ya’. Y si no lo logran, les baja la autoestima, se sienten inútiles y frustrados”. El otro efecto de la simetría es la desmotivación, cuando no logran los objetivos que se proponen. Además, la psicóloga advierte que la posición de simetría afecta profundamente el proceso de aprendizaje porque “si uno ya está en posición de saber, cuesta mucho aprender”, enfatiza.

–Si los vínculos entre padres e hijos son más cercanos, ¿Los chicos no deberían ser más fuertes y sanos?
–El problema no pasa por los vínculos, ya que éstos pueden ser excelentes. El problema pasa por el posicionamiento interno que hace que los jóvenes y los niños no se sientan suficientemente apoyados por los padres, porque los sienten pares. Cuando uno está en una situación de paridad, no se apoya en el otro, es autónomo y autosuficiente en forma imaginaria. Entonces, está solo, sin sentir que tiene un apoyo fuerte. Por ello, son frágiles, se desmotivan, no son consecuentes con sus objetivos y cualquier cosa los tira abajo. El efecto más indeseado de la simetría es la soledad interior en la cual están los chicos, debido a este posicionamiento interno.

–¿Carecen de referentes?
–Referentes tienen, pero no se terminan de apoyar lo suficiente en ellos. Un chico puede tener los diálogos más maravillosos con sus padres, escucharlos y estar atento, pero, finalmente, sigue pensando como él quiere. Muchos de los problemas de comunicación entre padres e hijos se explican a partir de la simetría. Cuando un padre o un profesor les aconsejan algo, los chicos se sienten criticados y pueden sufrir un ataque de angustia ya que, como ellos se sienten pares, no entienden por qué les explican algo. La simetría produce rigidez en el pensamiento y absolutización de las cosas: esto desemboca en personas inflexibles. Ellos ven el mundo distorsionado. Y los padres no entienden porqué los chicos se enojan, se desmoralizan, se desesperan.

–¿No buscan ser como sus padres?
–Ellos pueden querer ser como sus padres, pero el inconveniente es que quieren serlo “ya”, sin hacer ningún esfuerzo y sin estudiar. Eso sí abunda, porque la

–¿Esto ya sucede en los primeros años de vida del niño?
–Sí, por supuesto. Por ejemplo, un niño pequeño no se va a dejar consolar por los padres porque como es simétrico y los copia, cree que tiene que arreglárselas solo y no confía en ellos como herramientas de contención. Puede llorar desesperadamente y no sentirse contenido. Esto puede traducirse compulsión o agresión.

El rol de los padres
–Licenciada, ¿qué es lo que están haciendo mal los padres?
–Los padres no están preparados para enfrentar este cambio. Los padres de estos niños se criaron en épocas donde existía la jerarquía y la diferenciación. Aunque uno no quisiera aceptar a sus padres como figuras de autoridad, existía la posibilidad de diferenciarse. La generación del 60 construye un vínculo de igual a igual. Las generaciones que siguen ya heredan la simetría, no la construyen, es algo inconsciente. Simplemente copian lo que los padres piensan y sienten.

–Pero los chicos siempre copiaron a los padres. ¿O no?
–Sí, los chicos siempre copiaron a sus padres, pero lo que el chico imita ahora es muy distinto a lo que imitaba un chico tiempo atrás. ¡Hoy, criarlos es mucho más difícil que antes! Hasta ahora, se avanzó mucho en la permanente reiteración de que los límites son necesarios, pero esto no basta. ¿Por qué? Porque nos encontramos con situaciones de impulsividad, de violencia, de desconexión emocional, de aislamiento, de abatimiento y de desgano. Y esto no pasa por los límites, sino por que el padre pueda posicionarse en un lugar distinto para llegar a ese niño.

–¿Qué sucede cuando llega la adolescencia y, por ende, la búsqueda de la propia identidad?
–En la adolescencia se deben separar de los padres. Lo hacen a través de la desconexión emocional, que significa el aislamiento y la falta de apasionamiento. Nada les importa demasiado. Son los que se refugian en la computadora, se aíslan, recurren a las drogas, a la velocidad, a la violencia para sentir algo, porque la desconexión los deja tan aburridos, sin sentir nada, que necesitan vivir emociones fuertes.

–¿Son iguales los síntomas en la adolescencia que en la adultez?
–Una persona que se afirmó en el mundo del trabajo, que se casó y que, quizás, tiene hijos, tendrá los síntomas de la simetría más acotados. La adolescencia se sigue viviendo tal cual en todas las épocas, pero se le agrega este aspecto de la simetría.

–¿Se sale de la simetría? ¿Cómo?
–Hay que comunicarse emocionalmente, hay que entenderlos y aplicar límites de otra manera. El límite más importante que los padres tienen que aprender a poner a los hijos es impedir el maltrato en la comunicación. Y esto no es sólo decir una mala palabra, sino aislarse en la mesa o no hablar. El padre tie-ne que sacarlo del “igual a igual”; son los padres los que tienen que guiar la conversación porque el joven la va a plantear desde el “igual al igual”. Podrían usar frases como: “Vamos a comunicarnos: yo voy a escucharte, pero vos también a mí” o “Si nos respetamos mutuamente vamos a hablar; de lo contrario, hablamos otro día, no hay ningún problema”. Hay que manejar cuándo se habla, cuándo no; saber ocupar un lugar de autoridad. Si los chicos están confundidos con los padres –simetría significa correspondencia exacta en forma, tamaño y posición de las partes de un todo–, hay que hacérselos notar. Hay que producir la separación.

–¿Cómo?
–A través de la comunicación. El padre tiene que marcárselo y explicarle que son personas independientes. Esto hay que hacérselo sentir en la vida cotidiana. Los límites que ponga el padre lo irán tranquilizando y harán que se construyan las barreras que no tiene. Notará que no está solo; los chicos salen de la autosuficiencia imaginaria cuando descubren que hay alguien los cuida. El padre tiene que enseñarle, pero, para eso, tiene que saber que la simetría existe.

–¿Porqué es tan importante marcar el límite entre el padre y el hijo?
–Los síntomas de los chicos son muy intensos, por su propia autoexigencia y porque se contagian emocionalmente de los padres. Este es unos de los principales problemas. El chico es una esponja que no tiene barreras, y al estar tan cerca de los padres, absorbe todo. Cuando el chico se vuelve a sentir hijo porque tiene un apoyo, se siente contenido y los padres pueden con él –a través de un límite o de una buena conversación– sale de su soledad y puede armar su propia historia. Cuanto más se apoya, menos se copia. Cuando se dan cuenta de que es un problema del padre, que el origen está en la historia del padre, avizoran una oportunidad para modificarlo. Entonces, se alivian.