¿Qué pasa por la cabeza de un adolescente que planea un autosecuestro, obtiene un instructivo de tres carillas con los pasos por seguir en el procedimiento y, una vez puesto en marcha, lanza el operativo para conseguir que sus propios padres paguen nada menos que 10.000 dólares por su rescate?
La respuesta no es sencilla. Ni de instructivo, ni de manual. Sin embargo, los especialistas en salud mental opinan que el puñado de autosecuestros de jóvenes de 15 y 16 años que los diarios registraron en los últimos días no debería pasar por alto.
Reducidos pero significativos, estos casos constituyen una muestra visible de los matices que hoy adquiere un vínculo tradicionalmente complejo: el de los adolescentes con sus padres.
Aun sin aspirar a delimitar fórmulas los expertos coinciden en que el autosecuestro –para la Justicia, un delito– es una punta de iceberg en el que también se incluyen otras manifestaciones.
“El fenómeno se enmarca dentro de un grupo de síntomas actualmente agravados entre los adolescentes, como la violencia, el pánico, el fracaso escolar, la apatía, la falta de motivación vocacional. Vivimos una situación que los hace buscar salidas desesperadas”, dice la licenciada Claudia Messing, socióloga, psicóloga y terapeuta familiar de la Organización Vincular.
¿Cómo se define tal situación? Para Messing, es la que combina –además de las presiones que genera la crisis– el vínculo simétrico (tratar a los hijos de igual a igual), una desconexión emocional y los esquemas autoritarios de familia vividos por los padres, que hoy suelen traducirse en dos extremos que, como tales, resultan dañinos: el laissez faire (los chicos hacen lo que quieren, sin límites) o la acentuación del autoritarismo.
Modelos contraproducentes
“El modelo autoritario ha dejado secuelas profundas en el psiquismo de los padres, que son las que hoy se intentan elaborar y reparar a través de un contacto diferente con los hijos, pero que muchas veces se terminan reproduciendo”, afirma.
Por otro lado, “los efectos traumáticos de la vida de los padres se trasladan a los hijos, que viven como propias muchas emociones y angustias que no les corresponden, lo que les provoca una desconexión emotiva y los presiona –agrega Messing–. Esto siempre ocurrió, pero actualmente este traslado se produce de manera mucho más directa y mortificante”.
Así, los chicos expulsan –valga la paradoja– los límites indispensables para crecer e independizarse. Y es en este marco donde se producen los autosecuestros, en los que los hijos mandan, exigen, ponen condiciones.
Una investigación cualitativa realizada en 2001 entre 154 jóvenes y sus familias tratados terapéuticamente en los últimos cinco años por el equipo de Terapia Familiar de la Organización Vincular indicó que “en el 14,2% de las familias los hijos mandaban. Este modelo es consecuencia directa de los modelos autoritarios familiares anteriores”.
En este tipo de familia “encontramos adolescentes que reclaman que sus padres les otorguen herencias en vida. O quieren disponer de la casa familiar como si fuera propia”, dice la especialista.
Una etapa difícil
¿Es una simple anécdota que los autosecuestros de las últimas semanas hayan sido protagonizados por estudiantes de 15 y 16 años?
Para el doctor Miguel Márquez, presdiente honorario de la Asociación Neuropsiquiátrica Argentina (ANA), “los autosecuestros no son novedosos. Pero el hecho de que se presenten en pesonas muy jóvenes es un indicador de la crisis de valores que hoy aqueja a los adolescentes, en una sociedad que no propone modelos de indentificación”.
Aclarando que el autosecuestro es un acto extremo y grave, la licenciada Analía Ungaro, psicoanalista especialista en niños y adolescentes, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), advierte: “de por sí, la adolescencia es un momento complejo en el vínculo entre padres e hijos. Los hijos están tratando de diferenciarse de sus progenitores para encontrar su propia identidad y así sentir que pueden apropiarse de su vida. No es fácil el desprendimiento, y a veces recurren a situaciones extremas de aislamiento porque sienten que es todo o nada: el peligro de quedarse atrapado es tan grande que prefieren pecar por exceso”.
En condiciones normales quizá sea la hipercrítica a los adultos el mecanismo utilizado para delimitar fronteras.
Coincidiendo con Messing, la psicoanalista advierte que “los padres hacen un esfuerzo intelectual y emocional por acompañarlos, muchas veces debatiéndose entre sentir que lo dejan solo o lo protegen demasiado. En el vínculo el equilibrio es estructuralmente difícil”.
Sin embargo, “en esa relación siempre se trata de mantener ese hilo que conecta a padres a hijos para siempre. Obviamente, el motor que lo sostiene es el afecto. Pero en el caso de los autosecuestros parecería que el hilo está roto”, afirma Ungaro.
Para la psicoanalista, “podría pensarse que en estos casos la angustia por la separación está tan mal resuelta que se apela a lo concreto: es como si el adolescente se desdoblara y se comportara como un extraño, diferenciándose y tomando tanta distancia de lo familiar que hasta pide rescate como un extraño”.
Se trata de un pseudotriunfo: “Por un lado, el adolescente se afirma en su rol de hijo, pero, al mismo tiempo, se convierte en alguien ajeno a la familia, que pide dinero, anunciando que no va a formar parte de ese proyecto que tenían pensado para él”.
Según Márquez, se debe prestar atención a las disfunciones familiares: “Estos casos causan conmoción en el ámbito familiar. Pero ineludiblemente son indicadores de una disfunción preexistente. En otras palabras: no son los autosecuestros los que alteran la organización de la familia sino una falla previa que dispara la estafa”.
Por Valeria Shapira
De la Redacción de LA NACION
Consejos para padres
Roles: los adolescentes necesitan tener límites y, al mismo tiempo, ser escuchados. No es sano que ellos manden, y utilicen la casa paterna sin restricciones.
Alianzas: es importante armar acuerdos entre los padres (vivan juntos o separados), evitando las alianzas de los adolescentes con uno de sus progenitores. El mensaje de los adultos debe ser claro.
Crisis: los adolescentes no deben hacerse cargo de los problemas de los adultos. De ese modo se sienten presionados y buscan salidas extremas.
Entre todos: si se llega a una situación límite, como la de un autosecuestro, hay que pedir ayuda profesional. Es importante que la familia se involucre en el tratamiento.